La ley del monte
viernes, mayo 24th, 2019
Maneja su Malibú rojo del 79. Un cassette de Vicente Fernández va sonando en el reproductor. Un sol de mediodía forma en el interior del carro una niebla pegajosa y tibia que le hace desear una siesta en el asiento de atrás. Pero hay responsabilidades de las que uno no puede escapar. Conduce ahora recostando sus escuálidos antebrazos en el volante, para así poder quitar el papel de aluminio que esconde la mitad de una canilla rellena de jamón y mantequilla.
Se mira en el retrovisor para chequear que el efecto de la gelatina no se estuviese perdiendo con el sudor. Y no, su peinado hacia atrás se mantiene intacto. Se regala una sonrisa y descubre un pedazo de pan justo en el hueco donde se supone que uno de sus colmillos debería estar, así que se mete la uña larga del dedo meñique y luego le pasa la lengua para no perder nada de comida. Suena «La ley del monte». Le sube volumen y comienza a cantarla a todo pulmón, superponiéndose a la voz del cantante. Su codo es ahora una quilla que reposa asomada por la ventana y va cortando el viento con armonía.
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